Decimos que acá nunca va a pasar. Que no hay jueces ni fiscales para una limpieza a fondo. Pero si un día la corrupción deja de ser impune, la pregunta es otra: ¿de qué lado preferís estar cuando se encienda la luz? Por Néstor Bethencourt

Mani Pulite: ¿de qué lado querés estar?
1. El consuelo de creer que acá nunca pasa nada
En Argentina, y en lugares como Guaymallén en particular, hay una frase que funciona como frazada corta para taparlo todo:
“Eso pasó en Italia, acá nunca va a haber un Mani pulite”.
La idea es simple: allá hubo jueces y fiscales que se animaron, una estructura judicial que avanzó, empresarios y políticos que terminaron rindiendo cuentas. Acá, en cambio, la cosa estaría atada, arreglada, garantizada para siempre.
Ese consuelo, que parece pesimista, en realidad es muy cómodo.
Si “acá nunca pasa nada”, entonces nadie tiene que hacerse cargo de nada. Ni el que roba, ni el que firma sin preguntar, ni el que mira para otro lado, ni el que sabe y calla.
Pero la historia tiene una manía incómoda: de vez en cuando, en los lugares donde “nunca pasa nada”, de golpe pasa. No siempre en forma de gran causa nacional. A veces como una investigación local, un fiscal que decide avanzar, un juez que se cansa, un expediente que se cruza con otro y empieza a armar la red.
Y ahí aparece la pregunta que casi nadie quiere hacerse a tiempo:
cuando la luz se prenda, ¿en qué lugar del plano te va a encontrar?
2. El “efecto Mani Pulite”: cuando la red muestra todos los hilos
Sin entrar en detalles técnicos, Mani pulite fue básicamente eso: una red que empezó a mostrarse completa. Lo que parecía un hecho aislado terminó revelando un sistema.
No importaba solo el gran político de traje fino. También aparecían:
- el empresario “de perfil bajo” que siempre ganaba,
- el funcionario que “solo firmaba”,
- el empleado que “llevaba y traía sobres”,
- el intermediario que “solo hacía favores”,
- el periodista que sabía y acomodaba.
Lo que en la mesa de los domingos se contaba como viveza, picardía o “cosas de la política”, en el expediente tenía otro nombre: delito.
Ese es el verdadero “efecto Mani Pulite”: cuando el sistema se mira en un espejo judicial y descubre que no hay héroes ni villanos puros, sino una cadena de responsabilidades grandes, medianas y pequeñas.
Y que las pequeñas no son inocentes, son las que sostienen a las grandes. Mani Pulite: ¿de qué lado querés estar?
3. Las pequeñas corrupciones “que no hacen daño”
Acá solemos dividir el mundo en dos:
- los “grandes corruptos” de la tele,
- y nosotros, supuestamente inocentes, que “no tenemos nada que ver”.
Pero si rascás un poco aparecen escenas conocidas:
- El proveedor que “acomoda un poquito” el precio porque “igual total todos lo hacen”.
- El funcionario que firma sin leer porque “confía en el equipo” y no quiere problemas.
- El empleado municipal que sabe que algo está mal, pero prefiere no decir nada porque “tengo familia”.
- El vecino que se indigna en privado, pero en público aplaude al que “tiene contacto en la muni” para resolverle algo más rápido.
Son corruptelas menores, sí. Pero juntas forman algo enorme: la garantía de que el sistema va a seguir funcionando así.
Cuando un país o un municipio vive muchos años en este modo, pasa algo peligroso: ya no hay inocentes absolutos, solo distintos niveles de comodidad frente a lo que sabemos que está mal.
4. Guaymallén como anticipo: todo queda escrito en algún lado
En Guaymallén, los expedientes cuentan historias que casi nadie lee.
Pliegos, observaciones, dictámenes, “errores” que se corrigen después, sanciones que se aplican tarde y mal, proveedores que aparecen una y otra vez.
Y al lado de esas fojas están las postales del día a día.
En Corralitos, por ejemplo, el desborde de las cloacas nunca se termina. Pasó de ser un problema sanitario a convertirse en un negocio sin fin para unos pocos, camiones, parches, “soluciones” que se facturan una y otra vez.
Lo único que no cambia es el paisaje: la mierda sigue brotando como siempre, literal, mientras en los papeles se acumulan promesas, obras eternas y trabajos “ejecutados” que el vecino nunca termina de ver.
Cada vez que se arma un expediente así, se suman nombres:
- el que decidió,
- el que ejecutó,
- el que firmó,
- el que sabía y se calló,
- el que lo vio de cerca y miró para otro lado.
Hoy muchos sienten que están a salvo porque “acá nunca pasa nada”. Porque total los expedientes se archivan, los sumarios se duermen, la justicia va a paso de tortuga.
Pero hay algo que no siempre se entiende: todo eso queda escrito.
En papel, en sistemas, en copias, en correos, en notas periodísticas, en capturas de pantalla, en archivos personales.
Y ahí aparece otra verdad incómoda: muchas causas penales prescriben en los códigos, pero las consecuencias de los actos corruptos no prescriben.
La escuela que nunca se construyó, el hospital que se cayó a pedazos, la calle que se inunda año tras año no tienen fecha de vencimiento. La factura queda girando en la vida cotidiana hasta que, alguna vez, alguien decide cobrarla en serio.
Tal vez haya que esperar ese gran momento: un fiscal que se anime, un juez que se harte, una sociedad que deje de mirar para otro lado. Ese día, todos esos papeles “olvidados” se convierten en mapa. Y cada hoja firmada hoy será leída como lo que es: una marca a favor o en contra de lo público.
Si un día –por decisión política, por presión social o por simple cambio de época– algún fiscal, algún juez, alguna estructura decide mirar de verdad, esa historia va a estar ahí, esperando.
La pregunta no es si ese día llega.
La pregunta es: cuando llegue, ¿de qué lado querés estar?
5. No alcanza con no robar: también cuenta qué hiciste cuando viste
Hay gente que, con razón, dice: “yo no robé nada”.
Y puede ser verdad. No todos participan activamente de la corrupción.
Pero en un contexto donde la impunidad es regla, no alcanza solo con no robar.
También cuenta qué hiciste cuando viste, cuando supiste, cuando intuiste que algo estaba mal.
- ¿Ayudaste a tapar?
- ¿Te callaste para no meterte en problemas?
- ¿Te acomodaste un poquito, total “era poca cosa”?
- ¿Usaste la información para beneficio propio?
- ¿Dejaste solo al que se atrevió a denunciar?
El día que, por la razón que sea, se prenda una luz más fuerte sobre lo que hoy parece normal, no te van a preguntar solo cuánto te llevaste, sino también qué hiciste con lo que sabías.
Y ahí es donde la idea de “nadie se salva solo” deja de ser frase linda para ser un dato frío:
si todo alrededor está podrido, no hay isla ética posible en el medio del pantano. Tarde o temprano, el barro llega.
6. Miedo, conveniencia y la trampa de “yo me salvo”
Es imposible ignorar el miedo.
En lugares donde el municipio es uno de los principales empleadores, criticar o denunciar puede sentirse como una amenaza directa al bolsillo de la familia.
También está la conveniencia:
“no me meto, pero tampoco me quejo si me dan una mano con alguna gestión”,
“no digo nada, porque capaz mañana necesito que me firmen algo”.
Miedo y conveniencia se mezclan y construyen una fantasía peligrosa:
la idea de que uno se salva solo si no se expone demasiado.
Pero la historia, una y otra vez, muestra lo contrario.
Cuando las cosas estallan, cuando cambian los vientos políticos o judiciales, esa misma red que se usó para hacer favores y favores se convierte en la lista de quienes “algo sabían”.
Y el que creía que se salvaba por callarse descubre tarde que el silencio también deja huellas.
Mani Pulite: ¿de qué lado querés estar?
7. Hijos, padres y el lado de la historia
Hay un ejercicio incómodo, pero honesto:
imaginar que dentro de diez o quince años alguien decide revisar seriamente lo que hoy está pasando en municipios como Guaymallén.
No hace falta gran épica.
Tal vez sea una causa específica, un escándalo puntual, un nuevo “caso testigo” que abra la puerta a revisar contratos, licitaciones, decisiones administrativas.
Ese día, cuando tus hijos o tus nietos te pregunten qué pasó en tu época, la respuesta no va a ser solo sobre lo que hizo tal o cual intendente. También va a tener que ver con lo que hiciste vos:
- ¿Estuviste del lado de los que naturalizaron todo?
- ¿Del lado de los que se acomodaron en la corruptela menor?
- ¿Del lado de los que, con todas sus limitaciones, al menos no miraron para otro lado?
No es un examen de pureza. Todos tenemos contradicciones, miedos, zonas grises.
Pero la pregunta queda igual flotando en el aire:
cuando esto se cuente como historia, Mani Pulite: ¿de qué lado querés estar?
8. No hace falta ser héroe, pero sí elegir
Esta columna no es un llamado a que todo el mundo salga corriendo a tribunales con una carpeta bajo el brazo. Sería hipócrita no ver los riesgos y el desgaste que eso implica.
Lo que sí propone es algo más simple y más profundo:
dejar de pensar que la única elección posible es entre ser héroe o no hacer nada.
Entre la complicidad y la heroína solitaria hay un camino enorme:
- No participar de las corruptelas menores, aunque parezcan “inofensivas”.
- No celebrar al que “consigue todo porque tiene contactos”.
- No dejar solo al que se anima a denunciar o a investigar.
- Apoyar, aunque sea con un clic, con una palabra, con un dato, a quienes documentan lo que pasa.
- Y, sobre todo, no votar como si no supiéramos nada.
El día que, por la razón que sea, llegue nuestro propio “Mani Pulite” –sea grande, chico, local o provincial– la justicia mirará expedientes, transferencias y contratos.
Pero la historia, la que se cuenta puertas adentro de cada casa, va a mirar otra cosa: de qué lado elegimos estar cuando todavía estábamos a tiempo.
Y esa, nos guste o no, es una decisión que estamos tomando hoy, todos los días, en cada firma, en cada silencio y en cada “prefiero no saber”. Mani Pulite: ¿de qué lado querés estar?
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