A fuerza de licitaciones polémicas, decisiones opacas y silencios oficiales, Guaymallén se convirtió en un laboratorio de algo inquietante: cómo una comunidad puede acostumbrarse al escándalo hasta volverlo paisaje. Por Néstor Hugo Bethencourt

Guaymallén corrupción nadie se salva solo
1. El “ya fue” como clima de época
En Guaymallén, como en tantos otros lugares, hay frases que flotan en el aire:
“Siempre fue así”, “no va a cambiar nada”, “aprovechá mientras puedas”, “es política”.
Son pequeñas oraciones de uso cotidiano, pero cargadas de un significado profundo. Funcionan como anestesia. Disuelven la indignación, apagan la curiosidad, vuelven tolerable lo que, en condiciones normales, debería escandalizar.
Cuando una licitación se arma a las apuradas, cuando un contrato parece hecho a medida, cuando un viaje oficial no termina de explicarse, el comentario rápido suele ser: “algo raro hay, pero… ¿qué querés? Es Guaymallén”.
Ese “es Guaymallén” no describe el territorio.
Describe una renuncia colectiva.
2. Años de notas, años de silencio
Venimos publicando durante años información sobre decisiones del municipio: licitaciones, contrataciones, servicios tercerizados, sanciones administrativas, idas y vueltas con expedientes.
No hablo de rumores ni de audios anónimos. Hablo de papeles: pliegos, decretos, dictámenes, planillas, notificaciones. Documentos oficiales que cuentan, a su manera fría y técnica, la historia de cómo se usa el dinero público.
Y, sin embargo, el eco social es llamativamente bajo. Algunos vecinos se acercan, cuentan sus experiencias, aportan datos, agradecen que alguien se tome el trabajo de leer lo que casi nadie lee. Pero el clima general es otro:
una mezcla de resignación, miedo y costumbre.
El mensaje implícito parece ser:
“Gracias por investigar, pero no me pidas que me meta. Tengo bastante con sobrevivir”.
Guaymallén corrupción nadie se salva solo
3. Un municipio como espejo, no como excepción
Sería muy cómodo declarar a Guaymallén como una especie de caso aislado, un territorio extraño donde pasan cosas que no pasan en otros lados. Sería cómodo, pero sería mentira.
Lo que ocurre aquí es, en realidad, un espejo agrandado de lo que sucede en muchas partes del país:
- Gobiernos locales que se acostumbran a manejar expedientes como si fueran papeles internos de una empresa privada.
- Concejos deliberantes que rara vez escarban donde puede haber conflicto.
- Oposiciones que levantan la voz en campaña y la bajan durante la gestión.
- Vecinos que ven, comentan, pero pocas veces formalizan un reclamo.
Guaymallén sirve como laboratorio porque concentra en pocos kilómetros cuadrados una pregunta nacional:
¿cuánto estamos dispuestos a tolerar antes de decir “hasta acá”?
4. El costo invisible de mirar para otro lado
Cada irregularidad que se naturaliza tiene un costo concreto, aunque no lo veamos de inmediato.
Cuando se acepta como normal que un proveedor sea siempre el mismo, que una licitación salga con fallas evidentes, que los plazos se corran sin explicaciones, algo se va deteriorando en silencio: la idea misma de lo público.
Lo público deja de ser “lo de todos” para convertirse en “lo de ellos”.
Ellos, los que mandan. Ellos, los que deciden. Ellos, los que conocen los pasillos.
Mientras tanto, hay consecuencias visibles:
- Un servicio que llega tarde o mal.
- Una obra que se posterga sin motivos claros.
- Un reclamo vecinal que duerme en un expediente que nadie quiere mover.
Nada de eso aparece en los slogans, pero se percibe en las veredas, en las salas de espera, en los barrios que sienten que solo existen en época de campaña.
5. La vida familiar en medio de la impunidad
Hablar de corrupción, de malas decisiones o de administración opaca puede sonar abstracto hasta que uno vuelve a casa, se sienta a la mesa y mira alrededor.
¿Cómo se explica a los hijos que no deben copiarse en un examen, que no deben mentir, que no deben aprovecharse del otro, si al mismo tiempo el mensaje que baja desde arriba es que el que se acomoda siempre cae parado?
¿Cómo se mira a los padres que trabajaron décadas creyendo que el esfuerzo sostenía escuelas, hospitales, espacios públicos, si lo que ven hoy es un municipio donde la transparencia parece un lujo y no una obligación?
En Guaymallén, como en tantos otros lugares, la impunidad no es solo un problema técnico o legal. Es un problema educativo y moral. Lo que se perdona arriba termina resignándose abajo. Y lo que se naturaliza en el municipio se replica en la casa, en la escuela, en el club. Guaymallén: corrupción nadie se salva solo
6. El miedo y la dependencia
Sería injusto, además, ignorar un factor clave: el miedo.
En un departamento donde el municipio es uno de los principales empleadores directos e indirectos, criticar puede sentirse como un riesgo laboral. Muchos vecinos tienen familiares que dependen del Estado local, contratos que se renuevan año a año, emprendimientos que necesitan habilitaciones.
No es extraño escuchar frases como:
“No quiero líos”,
“no puedo aparecer con nombre y apellido”,
“si hablo, mi hijo se queda sin trabajo”.
Ese miedo es, también, una herramienta de control.
No hace falta una amenaza explícita. Alcanza con que todos sepan que es mejor no destacar demasiado, no preguntar demasiado, no insistir demasiado.
7. Lo que sí se puede hacer (aunque parezca poco)
En este contexto, hablar de participación ciudadana suena casi ingenuo. Pero el otro extremo –hacer de cuenta que nada puede cambiar– es directamente funcional a la impunidad.
No todos pueden ni quieren encabezar denuncias. No todos tienen tiempo o energía para leer expedientes. No todos pueden exponerse públicamente.
Pero sí hay cosas pequeñas que suman:
- Leer y compartir información seria, aunque duela.
- Preguntar, aunque sea con respeto, cuando algo no cierra.
- Exigir explicaciones a funcionarios y concejales, no solo en campaña.
- Acompañar al que se anima a denunciar, en vez de dejarlo solo.
- Y, sobre todo, no premiar con el voto a quienes ya demostraron que confunden lo público con propiedad privada.
Porque en un municipio como Guaymallén, nadie se salva solo.
El que se prende en la corruptela menor “para acomodarse un poco”, el que mira hacia otro lado porque le conviene, el que calla por miedo o por simple cobardía, no está zafando: está poniendo un ladrillo más en el mismo edificio que después lo va a aplastar.
No son gestos heroicos los que se piden. Son actitudes mínimas, pero sostenidas, que van marcando un límite y recuerdan algo básico: si la casa se incendia, no hay habitación segura para nadie.
Guaymallén corrupción nadie se salva solo
8. El rol incómodo del periodismo local
En un lugar donde todos se conocen, donde siempre hay un primo, un vecino o un amigo de alguien, hacer periodismo de control es incómodo.
No solo por la posible reacción del poder político, sino también por la reacción social:
- “Te vas a quedar sin pauta.”
- “Te estás peleando con todos.”
- “¿Para qué te complicás la vida?”
La respuesta, al menos desde donde escribo, es simple y a la vez agotadora:
porque si nadie cuenta estas cosas, entonces no pasan. Y si no pasan, no existe problema. Y si no existe problema, no hay nada que cambiar.
Guaymallén no necesita más relatos de ficción ni videos prolijos de redes sociales. Necesita información cruda, verificable, incómoda. Aunque duela. Aunque canse. Aunque parezca que pocos la quieren leer.
9. Guaymallén no es una condena, es una decisión
Hay una idea que sobrevuela muchas charlas: “esto es Guaymallén, siempre va a ser así”.
Ese fatalismo es, probablemente, el mayor triunfo de quienes se benefician del status quo. Porque si el departamento está condenado de antemano, entonces nada de lo que hagamos importa.
Pero Guaymallén no es una condena escrita en piedra.
Es una suma de decisiones: las de quienes gobiernan, las de quienes controlan, las de quienes informan y las de quienes miran o no miran.
Si elegimos no ver, si elegimos callar, si elegimos votar como si no hubiera antecedentes, estamos diciendo algo muy claro:
“nos alcanza con esto”.
Y más tarde, cuando sentemos a nuestros hijos en la mesa y les hablemos de valores, de honestidad y de esfuerzo, quizá tengamos que soportar la peor de las preguntas:
“¿Y ustedes qué hicieron cuando vieron todo lo que pasaba en su propio lugar?”.
La respuesta perfecta quizá no exista. Pero sí hay algo seguro: nadie se salva solo en un lugar donde la corrupción se vuelve paisaje. O se empieza a marcar un límite entre muchos, o el barro termina tragándonos de a uno, convencidos de que “zafamos”.
No hace falta respuesta impecable. Pero sí hace falta que esa pregunta, al menos, nos incomode.
Guaymallén corrupción nadie se salva solo
Lobos era corrupto junto a la mujer que lo secundaria, Iglesiaserapeor lo denuncia a muchos concejales, abogados dela comuna, canal 9 fiscales etc todos callaron , que gane que me hicieran sumarios pir misoginia por mujeres que tenían familiares aprovechando la corrupción y lo siguen haciendo ; este intendente lo sabe es socio de iglesias yse hace el boludo, denuncie corrupción en mi oficina que gane que me aislen y manden al psicólogo; nunca me pudieron nada por que fui, soy y sereno honesto! Buen trabajador; pero en lo político peligroso! Si no pregunte a la concejal que metió a muchos familiares y se prostituyo dando su voto a favor de la corrupcion, en definitiva todo lo dicho pir un. Es cierto; pero que hacemos esperar que terminen su poder para que justiciaactue, por eso terminan su mandato y procuran que la legislatura lo protejan como lo hacen con iglesias actualmente!