Elegir al enemigo: no vale la pena arrodillarse ante mediocres

Hay gente que se cree intocable por administrar una miserable cuota de poder. Muchos están cebados, muy cebados. Se olvidan de algo básico: la rueda gira. Y abajo hay muchos tomando nota. Por Néstor Bethencourt

1. No todos los enemigos valen lo mismo

En la vida, y sobre todo en la vida pública, uno termina teniendo enemigos, contrincantes, adversarios. Es inevitable. El problema no es que existan. El problema es a quién dejamos que nos ocupe la cabeza, que nos quite el sueño, que nos haga sentir sometidos.

Hay batallas que ennoblecen, aunque se pierdan. Y hay peleas que directamente rebajan, porque del otro lado no hay grandeza, ni ideas, ni proyecto. Apenas oportunistas con credencial, sello o cargo, abrazados a una cuota mínima de poder como si fueran emperadores.

Elegir al enemigo también es elegir cuánto de nuestra energía estamos dispuestos a regalarle al mediocre de turno. Al que nos aprieta con un expediente, nos sube un costo sin explicación, nos persigue con un control desmesurado o se cree dueño del destino ajeno porque firma una resolución.

A ese tipo de enemigo hay que mirarlo con frialdad:
¿de verdad vas a dejar que alguien así defina quién sos y cuánto valés?

2. La miseria del poder chico

En municipios como Guaymallén esto se ve todos los días.
Un escritorio, un sello, una camioneta oficial, un cargo inventado en alguna dirección flamante. Y, de golpe, el más lelo se cree el más vivo.

No hace falta ser intendente ni ministro.
Con muy poco poder ya se sienten con derecho a:

  • Aumentarte costos de manera desmesurada “porque así es el nuevo esquema”.
  • Exigir controles ridículos, siempre al más débil, nunca al amigo.
  • Perseguir a quien no se alinea, pero mirar para otro lado con el que comparte asados y negocios.
  • Colocar al más obediente en el puesto clave, aunque no le dé ni para hacer una planilla de Excel.

Es un zoológico de soberbias chicas.
Gente que no podría sostener ni cinco minutos de debate público, pero se agranda cuando puede firmar, demorar, trabar, inspeccionar, sancionar.

No son gigantes. Son pigmeos encaramados en una escalera ajena.
Y aun así, logran que más de uno se sienta aplastado, agobiado, sometido.

3. No sentirse aplastado: aprender a verlos como realmente son

La primera victoria frente a esa gente es mental: dejar de verlos como monstruos y empezar a verlos como lo que son.

No son estrategas brillantes. No son grandes estadistas. Ni siquiera son cuadros técnicos respetables. En la mayoría de los casos son:

  • mediocres bien ubicados,
  • obedientes premiados,
  • soldaditos útiles para un esquema mayor,
  • personajes que solo tienen poder mientras alguien más se lo alquila.

Cuando entendés eso, cambia la escala.
Dejan de ser “el enemigo que me destruye” y pasan a ser lo que realmente son: obstáculos circunstanciales. Molestos, dañinos, peligrosos, sí. Pero circunstanciales.

No se trata de subestimarlos. Se trata de no concederles más grandeza de la que tienen. No merecen tu miedo absoluto. Merecen, como mucho, tu estrategia.

4. Cebados… y convencidos de que nada cambia

Hay algo que estos personajes tienen muy claro: están cebados. Saben que en este contexto casi nadie los controla, casi nadie les discute de frente, casi nadie se organiza para decirles “hasta acá”.

Lo perciben cuando:

  • pueden remarcar precios o cánones sin demasiada justificación,
  • sobreactúan controles sobre algunos y cajonean los de otros,
  • usan el aparato del Estado para castigar a quien molesta,
  • premian al dócil y castigan al que pregunta.

En su cabeza la ecuación es simple:
“Si nadie se planta, es porque tengo razón. Y si alguien se planta, lo aplasto con papeles, sanciones o campañas en contra”.

Lo que no terminan de ver es algo más silencioso:
abajo somos muchos, y estamos tomando nota.
Cada gesto de soberbia, cada persecución selectiva, cada abuso de costos, cada acto de amiguismo torpe se va sumando como una cuenta pendiente.

La historia demuestra una y otra vez que nada es para siempre. Ni los gobiernos, ni los punteros, ni los capataces del miedo.
La rueda gira. Y cuando gira, muchas máscaras se caen de golpe.

5. La rueda gira, pero no gira sola

Sería cómodo sentarse a esperar el “castigo divino” o el “cambio de época” y listo. Pero no funciona así. La rueda gira cuando alguien:

  • documenta,
  • denuncia,
  • escribe,
  • insiste,
  • sobrevive sin rendirse,
  • se organiza con otros.

No se trata de vivir en guerra permanente.
Se trata de no regalar la dignidad a cambio de una pequeña comodidad o de un miedo enorme.

Elegir al enemigo es también elegir:

  • qué causas merecen el desgaste,
  • qué atropellos merecen respuesta,
  • qué humillaciones no estamos dispuestos a tragarnos.

Porque la rueda del poder va cambiando de manos, pero hay algo que siempre queda: el registro de quién hizo qué con la cuota de poder que tuvo. De un lado y del otro del mostrador.

6. Los de abajo también contamos

A veces parece que la historia solo se escribe desde arriba: decretos, licitaciones, fallos, discursos. Pero en realidad, los de abajo también escribimos historia, solo que con otros instrumentos.

La escribimos cuando:

  • nos negamos a “entrar en el jueguito” de la pequeña corruptela,
  • no compramos el relato del funcionario soberbio que se vende como salvador,
  • dejamos constancia de los abusos, aunque sea en un cuaderno, en un mail, en una nota, en una charla grabada,
  • acompañamos al que denuncia, en vez de dejarlo solo,
  • no nos dejamos convencer de que “esto es lo que hay, acostumbrate”.

Los mediocres cebados creen que la única cuenta que importa es la del sueldo a fin de mes o la de la caja que manejan. No ven la otra: la cuenta moral, social y política que se les va acumulando.

Y ahí está la clave: los de abajo somos muchos, y estamos hartos.
No somos santos, no somos perfectos, pero sabemos distinguir la diferencia entre errores humanos y abuso sistemático de poder.

7. Elegir al enemigo es elegir en qué lado de la historia querés estar

Volvemos al principio: no todos los enemigos valen lo mismo.
No es lo mismo enfrentarse a un proyecto de poder que a una patota administrativa. No es lo mismo discutir modelos de país que soportar caprichos de un burócrata inflado.

Elegir al enemigo es elegir dónde plantarse:

  • contra el que usa el poder para perseguir,
  • contra el que aumenta costos sin explicación solo porque puede,
  • contra el que ejerce controles como castigo y no como cuidado,
  • contra el que sube al más lelo al pedestal para que se crea el más vivo.

Y también es elegir dónde no vas a gastar más tu salud emocional:
no vale la pena dejar que estos personajes te convenzan de que estás solo, de que no tenés futuro, de que ya ganaron para siempre.

8. “Al final, habrá recompensa”

No se trata de prometer una justicia perfecta, ni de esperar un día ideal donde todo se ordene mágicamente. Pero sí de sostener una certeza mínima, casi íntima: no todo da igual.

Hay diferencia entre:

  • vivir arrodillado frente al mediocre con poder,
  • o caminar derecho, aun sabiendo que te puede pegar.

Hay diferencia entre:

  • venderte barato para entrar al círculo,
  • o quedarte afuera con la conciencia un poco más tranquila.

Hay diferencia entre:

  • callar para que no te toquen,
  • o hablar sabiendo que en algún momento la rueda gira.

Algún día –judicial, político o simplemente vital– las cuentas empiezan a cerrarse. El que se creyó intocable termina rindiendo examen frente a la misma gente a la que subestimó.

Y allí, esa frase de Cerati deja de ser solo una línea de canción para convertirse en programa de vida:

“Al final, habrá recompensa.”

No sabemos cuándo, ni cómo, ni en qué tribunal.
Pero sí sabemos de qué lado queremos estar cuando llegue ese momento:
no del lado de los cebados que se creyeron eternos, sino del lado de los que, aun lastimados y cansados, eligieron no arrodillarse.


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2 thoughts on “Elegir al enemigo: no vale la pena arrodillarse ante mediocres

  1. Excelente nota, Néstor.
    Impecable detalle de la realidad que muchos vivimos y SOBREvivimos en la municipalidad (varias oficinas)
    Lo fácil es poner en altos cargos a gente manejable, incompetente, con mucha falta de empatía y criterio. Los típicos llamados “lame c…” Si no estás con ellos, te persiguen, hostigan y hasta inventan causas para hacer de tu vida un calvario.
    Pero, de lo que estamos seguros, es que algún día todo esto saldrá a la luz y que, sí, todo vuelve.
    Muchos de estos personajes escupen para arriba.
    A muchos de nosotros nos van a encontrar en el camino de bajada.
    De todos modos, no hay peor ciego que el no quiere ver. Sobre todo, la realidad.
    Abrazo, hermano.

  2. No se olviden k estan de paso!!!!!
    A los abusadores del poder.
    A llorar al campito cuando les toke a ustedes par de parasitos oportunistas traidores

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